018. puppet strings
chapter eighteen
018. puppet strings
▃▃▃▃▃▃▃▃▃▃▃▃▃▃▃▃▃▃▃
PAMELA ENCONTRÓ POR FIN a Natasha cuando ella y Steve volvieron al interior. Tratando de dejar atrás el incómodo momento, tomó su sidra y se acercó a la pelirroja sentada en los blancos y prístinos sillones cerca del champán, y Steve se acercó a las ruidosas y bulliciosas historias que pertenecían a Thor al otro extremo de la sala. Pamela se dio cuenta de que necesitaba un momento para pensar. Tal vez lo mejor fuera actuar como si nunca hubiera ocurrido, como una página eliminada de un capítulo que no encajaba en el conjunto de la historia; una escena eliminada de una película que ni siquiera llegó a los extras del montaje del director, olvidada y dejada atrás, para no volver jamás a ella. Pamela no estaba segura de si eso lo empeoraría.
Estaba convencida de que pasaría algo. Estaba segura de que Steve habría sobrepasado la línea que él mismo había trazado. Pero tal vez era una línea de sal, y el fantasma de su pasado no podía cruzarla sin contar cada grano, una superstición tonta que se había hecho realidad, y que Pamela comprendía. ¿Acaso su propio fantasma traspasó su línea? Pamela lo creyó después de ayudar a acabar con HYDRA en Washington, pero ahora, no estaba tan segura. Le hacía plantearse si no sería más que un lastre, que sus problemas eran un peso que ni siquiera Steve Rogers podía llevar sobre sus hombros. ¿Valía la pena? Esa era otra horrible y diabólica pregunta que la atormentaba. ¿Merecía Pamela Daniels la pena para que Steve Rogers abandonara lo que le atormentaba de su pasado?
Abandonar, ¿esa era la forma correcta de decirlo? El pasado de Steve Rogers era una parte tan integral de quién era como las experiencias que lo estaban formando ahora. Le habían arrancado la paz que merecía, y ahora se había convertido en un espíritu inquieto en un mundo al que creía que no pertenecía. No quería que olvidara el mundo que una vez conoció, porque aquellos años habían sido una vida en la que Steve Rogers era conocido en lugar de quedar olvidado tras el escudo. ¿Cómo podía un hombre que supuestamente era una foto en blanco y negro dentro de un marco, una figura en un museo, un veterano sentado con los otros al otro lado de la habitación, ser capaz de traspasar esa línea para encontrarse con ella al otro lado?
—Parece que necesitas algo más fuerte —soltó Natasha Romanoff cuando Pamela se sentó a su lado. Se reclinó en el sillón. Romanoff nunca se sentaba en una posición sencilla, siempre se recostaba hacia atrás, con las piernas levantadas o con un pie extendido sobre el brazo de una silla. Le daba igual aunque llevase un vestido. Natasha tenía las piernas cruzadas como una niña sentada en el suelo de un aula, con la cerveza descansaba sobre su regazo. Había dejado los tacones al pie del sofá.
Pamela tarareó y tomó un sorbo de su bebida, poniéndose cómoda también. Metió las piernas debajo de ella y se acomodó en el sofá hasta que estuvo acurrucada junto a la Viuda Negra.
—Pegarle a alguien es muchísimo más fácil.
Natasha levantó su botella de cerveza para alegrar esas palabras. Pamela sonrió levemente y golpeó su bebida con la suya.
—No me rendiría todavía —aconsejó mientras tomaba un sorbo—. Steve te invitó, es un gran paso para él.
—Lo sé —murmuró la Víbora Roja, echando un vistazo hacia el lugar donde Steve se encontraba junto a Thor, y le causó gracia ver a alguien más alto que él. Contempló cómo el Dios del Trueno vertía un trago de su petaca en el vaso de Steve, y cuando éste lo olió, sus cejas se fruncieron como si no estuviera seguro de si sentirse intrigado o asqueado por el olor. Pam contuvo una sonrisa divertida—. Es que a veces es... difícil de leer. Es como si pensara que las cosas van por buen camino, y de pronto cambian y todo vuelve a estar como al principio.
—Los superhéroes son complicados, créeme —dijo Natasha—. Todos lo somos —al decir esto, sus ojos se dirigieron hacia un lado. Podría haber pensado que Pamela no se daría cuenta, pero lo hizo. Víbora Roja inclinó la cabeza y cuando notó que la mirada de la Viuda Negra se posaba en Bruce Banner, que se reía torpemente de algo que Clint Barton estaba diciendo en el bar, la frente de Pamela se arqueó.
—Hmm —tarareó, sutil y actuando con mucha indiferencia—. Especialmente cuando pueden enfadarse y volverse verdes, ¿verdad?
Los ojos de Natasha volvieron a los de ella y Pamela arqueó ambas cejas esta vez, desafiándola a mentir.
Su amiga no mintió, pero tampoco dijo exactamente la verdad.
—En el fondo, todo es palabrería —Natasha ladeó la cabeza, bastante pensativa mientras pensaba en lo que iba a decir—. Cuando lo único que has hecho en la vida es pelear, pelear y pelear con gente, y todos los que has conocido han peleado por igual, tiendes a... admirar a cualquiera que no lo haya hecho.
Pamela consideró sus palabras. Si bien sabía que Natasha estaba hablando de Banner, quien, aunque quizás sea el Vengador más fuerte del equipo, preferiría ser el más débil o no ser un Vengador en absoluto, pensó en sus propias experiencias y en lo que quería. Le dolió no poder encontrar exactamente una respuesta.
Sam se fue antes de que se hiciera demasiado tarde como para que la tarifa del taxi se disparase para regresar a su apartamento. Pamela se quedó, a pesar de que él se ofreció a llevarla a casa. Podría haberlo hecho... podría haberse ido tras lo sucedido, pero se negó a dejar que eso la desanimara. Natasha tenía razón. Steve la había invitado y había sido un gran paso. Así que se quedó. Continuó hablando con Romanoff y recordando antiguas misiones con Barton. Se mantenía con las pocas personas que conocía, pero eso estaba bien.
A medida que más personas abandonaban la fiesta y la sala se hacía más silenciosa y pequeña, los que permanecían se sentaron juntos en la colección de elegantes sofás blancos en el centro del nivel principal del ático, disfrutando de la compañía de los demás y riendo de las historias compartidas.
Steve pareció gratamente sorprendido cuando vio que Pamela seguía aquí, charlando con Maria Hill y Clint Barton. Escuchando, sobre todo; siempre observando y prestando atención antes de decidirse a hablar. Notó que aún llevaba puesta su chaqueta, y eso le hizo sentir una oleada de calor en el pecho, una que no había sentido en mucho tiempo, y darse cuenta le había hecho vacilar; le había hecho retroceder y aclararse la garganta en el balcón, incluso le había asustado, lo cual era difícil de sobrellevar. ¿Cuándo se asustaba el Capitán América? En el mejor de los casos, nunca. ¿Pero Steve Rogers? Temblaba en un callejón, acorralado sin saber qué hacer y sin nadie que lo sacara de las peleas callejeras en las que se había metido. Estaba asustado. ¿De Pamela? No. ¿De lo que significaba el cálido calor en su pecho? Sí. Sentía como si se estuviera descongelando lo que quedaba de hielo en su cuerpo, y no sabía qué le depararía ni adónde le llevaría. A Steve le gustaba conocer el camino a seguir; le gustaba tener un plan. Esto era un disparo en la sombra que no podía predecir.
Respiró hondo y se acercó a ella. Pamela levantó la vista. Algo incómodo pasó entre ellos y Steve supo por qué. Intentó ignorarlo.
—Hey —dijo suavemente mientras el grupo se hacía más pequeño a su alrededor.
Thor se unió a los invitados restantes y plantó su martillo mágico, Mjölnir, justo en la mesa para que todos lo vieran. Al igual que la espada en la piedra del Rey Arturo, era tentador para cualquiera intentar ver si se podía levantar, pero jamás se podía.
—¿Cómo te va? —Steve tomó asiento al lado de Pamela y supo que lo que había oído era la burla cómplice de Barton—. Se hace tarde, podría llevarte a casa —ofreció, sin estar muy seguro de si ella quería quedarse. Ya era tarde. Incluso las luces de afuera parecían atenuarse, como si la ciudad que nunca dormía hubiera decidido cerrar los ojos por un momento. Steve no sabía cómo se sentía Pamela con todos los que la rodeaban: su equipo, de quienes conocía a algunos y a otros no. Se dio cuenta de que había una parte de él que deseaba que ella se quedara; tal vez tendría la oportunidad de compensar lo que pasó en el balcón.
—¿Cómo dices? —Barton, que escuchó la conversación, tenía otras ideas. De alguna manera, Ojo de Halcón había logrado encontrar un par de baquetas y las estaba haciendo girar expertamente entre sus dedos—. Vamos, Capi, ¿vas a llevarte a tu amiga antes de que la conozcamos?
—Ya me conocéis —Pamela miró a Clint con el ceño fruncido, incrédula.
—Sí, y digo que deberías quedarte —Ojo de Halcón se recostó en el sofá, encogiéndose de hombros mientras miraba a los otros Vengadores que habían migrado lentamente al centro, tomando asientos por igual.
Steve se apresuró a tranquilizarla en un tono suave.
—No tienes que quedarte si...
—Intentas ocultarla, ¿no es verdad? —Tony Stark lo interrumpió y Pamela inmediatamente no pudo evitar la forma en que su rostro se desmoronó por la molestia. La risa divertida de Stark resonó en sus oídos como una mosca en la pared. Se sentó junto al coronel James Rhodes, quien abrió otra cerveza. Antes de que Steve pudiera responder, Tony miró alrededor del grupo—. ¿Te avergonzamos, Capi? Porque siento que estás avergonzado de nosotros.
—Me parece vergonzoso —añadió el coronel.
—Muy vergonzoso —Stark le hizo un gesto con su bebida a su amigo cercano.
—Yo, por mi parte, me encuentro muy fascinado, Capitán —cuando Thor habló, sonó ciertamente como si Shakespeare fluyera directamente de una página a un orador. Se sirvió un poco más de la bebida que guardaba en su petaca y miró a Pamela, y ella nunca pensó que estaría bajo la mirada de un alienígena que además era un dios nórdico, pero este trabajo traía experiencias extrañas y excitantes. El Poderoso Thor se relajó en el sofá junto a Steve como si no fuera más que cualquier hombre mortal. Resultaba extraño verlo—. Tu dama suena como si descendiera del mismísimo Asgard.
Pamela parpadeó, confundida. Miró a Steve, insegura, y él parecía estar luchando contra un suspiro exasperado.
—¿En serio? —ella soltó, desconcertada—. Qui-quiero decir... —se aclaró la garganta y se enderezó mientras miraba a Thor una vez más—. Bueno, qué curioso, suenas como si fueras de Victoria.
—Victoria —Thor repitió la palabra como si se tratara de una información extraordinaria—. Qué nombre tan maravilloso. ¿Y qué país es? ¿Qué mundo? Me temo que nunca antes había oído hablar de ese nombre. Cuéntame más, dama del Capitán.
—Es Pamela —dijo, reprimiendo una risa mientras intentaba explicarle Victoria a Thor—. Y es... es un estado en un país. Es un estado de Australia.
—Australia —el todopoderoso dios del trueno repitió sus palabras en el mismo tono desconcertado de antes—. Qué palabra tan interesante para llamar a un país. No he estado en Australia. Debo visitarla.
—Muchas playas, muchos animales mortíferos, mucha cerveza —dijo Stark antes de que Pamela pudiera decir otra palabra—. Te encantaría, Point Break.
—¡Animales mortíferos! —anunció Thor con una oleada de emoción. Steve miró hacia el techo como si pidiera ayuda a alguien de arriba para darle fuerzas y superar esta conversación—. ¿De qué bestias mortíferas estamos hablando? ¡Ha pasado mucho tiempo desde que cacé una bestia desafiante! ¿Hay jabalíes en Australia?
—Bueno... —Pamela ladeó la cabeza, pensando—. Los cerdos salvajes son una plaga...
—¡Jabalíes! ¡Brillante!
Ella no pudo evitar una suave risa. Miró a Steve, quien se encogió de hombros suavemente como si no tuviera ningún tipo de explicación. Pamela simplemente se recostó y respondió con una pequeña sonrisa. Steve notó su aliento de relajación, al darse cuenta de que esa era su manera de decir que estaba feliz de quedarse, y su mirada se suavizó.
Thor todavía expresaba gran emoción por una posible aventura en Australia.
—¿Qué otras bestias mortíferas alberga esta Australia? —preguntó en voz alta—. ¡Iremos juntos a un viaje de caza! ¡Me mostrarás esas bestias y Mjölnir y yo las erradicaremos de la faz de Midgard!
Clint no pudo contener su incrédulo resoplido de risa mientras miraba el martillo que aún estaba en el centro de la mesa de café con copas de vino vacías, botellas de cerveza y un juego de cartas desechado.
—Pues yo no entiendo cómo ese martillo no rompe el cristal. ¡Tiene que ser un truco!
Thor se rió ante la exclamación de Barton y se encogió de hombros, tomando un sorbo de su bebida.
—No, no, es mucho más que eso —sacudió la cabeza, como si encontrara al grupo muy divertido, como si fueran simplemente primitivos para algo que no podían entender, incluso si lo intentaran. Le pasó su petaca a Steve, quien también se rió entre dientes, vertiendo un poco de la bebida asgardiana en su cerveza y Pamela lo miró fijamente, desconcertada.
Él encontró su mirada, repentinamente avergonzado.
—No puedo emborracharme —dijo en voz baja, como si fuera una razón perfecta para mezclar bebidas. Quizás lo era.
Mientras tanto, Barton se burló una vez más, haciendo girar las baquetas y señalando el martillo.
—Aquel que lo empuñe, si es digno de él, poseerá el poder —se burló con voz muy profunda—. ¡Venga ya, tío! Es un truco.
El Poderoso Thor se rió entre dientes y se encogió de hombros, tendiéndole una mano a Mjölnir con leve diversión.
—Por favor, adelante.
Clint Barton se quedó en silencio entre risas. Miró a Thor, sorprendido. El resto también se quedó en silencio, con un suspiro de anticipación. El Doctor Bruce Banner y Romanoff se alejaron de su conversación para mirar. Incluso la Doctora Helen Cho se levantó de su siesta en una de las sillas para observar.
—¿En serio?
—Sí —Thor asintió.
Ojo de Halcón vaciló como para asegurarse de que no le estaban tendiendo una trampa. Pero cuando nadie se movió para detenerlo, se rió entre dientes y aceptó el desafío. Le pasó las baquetas a Maria Hill, que estaba reprimiendo la diversión y se puso de pie. El Coronel Rhodes se rió para sí mismo y sacudió la cabeza mientras observaba a Barton acercarse al martillo.
—Esto va a ser divertido...
—Has tenido una semana difícil, Clint —comentó Stark—. Si no logras levantarlo, no te lo tendremos en cuenta.
Hubo algunas risas. Pamela inclinó la cabeza y observó, intrigada y divertida a la vez por el desafío. Su mirada chispeó con una risa silenciosa mientras se sentía cómoda en su asiento junto a Steve.
—Esto ya lo he visto antes, ¿vale? —Ojo de Halcón pasó su mano sobre la empuñadura y miró a Thor, quien simplemente señaló su arma una vez más. Sonrió cuando la mano de Clint rodeó la empuñadura y tiró. Pamela podía ver su mandíbula apretada y la tensión en su frente mientras tiraba con todas sus fuerzas. El martillo ni siquiera se movió. Se echó a reír al admitir la derrota—. ¡Y aún no sé cómo lo haces!
Pamela se mordió el labio para suavizar sus risas. Al otro lado del grupito, Tony Stark resopló con diversión.
—¿Me dejas que te lo enseñe? —miró a Barton directamente a los ojos.
La ceja de Clint se arqueó, reconociendo la competencia que Stark había provocado de repente. Él sonrió, ansioso por ver humillado el orgullo del infame Tony Stark.
—Por favor, Stark, cómo no.
Ni siquiera lo dudó. Tony Stark dejó su copa de vino y se arregló las mangas del traje, alisando los pliegues de su chaqueta. Se aclaró la garganta y Rhodes siseó, reconociendo la arrogante subida de hombros de Stark. Hill se rió entre dientes y sacudió la cabeza.
—Oh, allá va —reflexionó, igual de ansiosa por ver el resultado. Sacó el móvil para grabar—. Voy a mandárselo a Pepper.
—No soy de los que se arrugan ante un buen desafío —Stark se acercó al martillo, haciendo a un lado a Barton—. Es física... —envolvió la correa de cuero, en la base de la empuñadura, alrededor de una muñeca y agarró el martillo con ambas manos.
—Física —coincidió Banner, inclinándose hacia delante y observando con un brillo en los ojos. Romanoff lo miró y puso los ojos en blanco con una pequeña sonrisa.
—Así que, si lo levanto, ¿podré gobernar Asgard? —continuó Stark mientras fijaba su agarre.
—Sí, claro —dijo Thor, observando con un suspiro casual.
Tony Stark tarareó ante esta idea y apoyó los pies en el suelo.
—Pienso reinstaurar el derecho de pernada.
Pamela negó con la cabeza, ocultando su suspiro de frustración y resistiendo el impulso de arrojarle algo a Stark para noquearlo. Observó, no impresionada, cómo él plantaba un pie en el borde de la mesa y tiraba. Sin duda, estaba juzgando en silencio, y con satisfacción, al ver la lucha que él intentaba ocultar. El martillo de Thor no se movió.
Stark no admitiría la derrota tan fácilmente como Barton. Se desató la muñeca.
—Ahora vuelvo.
Los ojos de Pam coincidieron con los de Natasha y ambas se divirtieron por igual ante la creciente competencia. Al cabo de uno o dos minutos, Tony Stark volvió. Esta vez, el acero rojo y dorado de su armadura cubría su mano derecha. Sonrió mientras agarraba la empuñadura una vez más. La sonrisa se desvaneció cuando, incluso con el músculo y la potencia adicionales de su traje, Mjölnir no se movió ni un centímetro sobre la mesa de cristal. Stark no se rendiría. Un minuto después, el Coronel James Rhodes se puso su propia armadura en torno a la mano derecha. Respiraba agitadamente por el esfuerzo mientras luchaba por sacar el martillo de la mesa. Miró con el ceño fruncido a Stark, que le estaba observando.
—¿Pero estás tirando?
—¿Estás en mi equipo?
—Se supone que sí, ¡tira!
Tanto Iron Man como Máquina de Guerra, con su fuerza y poder combinados, no pudieron hacer que el martillo se moviera. Permaneció rígido como si fuera parte del propio mueble; arraigado en el centro mismo de la Tierra, sin levantarse un ápice.
Parecía que todos los Vengadores ansiaban su oportunidad de empuñar el martillo para demostrar que Thor estaba equivocado. Tras Iron Man y Máquina de Guerra, el Dr. Banner dio un paso al frente para intentarlo. Si alguien debía levantarlo con seguridad, sería el Increíble Hulk. Thor se limitó a dar un sorbo a su bebida en su vaso alto, sin pestañear mientras Banner vociferaba en su forcejeo. Se alejó a trompicones del martillo, con las manos en alto. Sus gritos se apagaron cuando vio que el martillo seguía exactamente en el mismo lugar. Siguió un silencio incómodo. Natasha ofreció una sonrisa amable para romper la tensión mientras Banner bajaba las manos.
Cuando Steve respiró hondo y se puso de pie, las cejas de Pamela se alzaron con suave sorpresa. Hill disfrutaba del espectáculo, riéndose y animando al Capitán América mientras avanzaba hacia el desafío. Stark puso los ojos en blanco.
—Vamos, Steve. Sin agobios.
—¡Vamos, Capitán! —añadió Barton, haciendo girar las baquetas con una sonrisa ansiosa.
El Capitán América se arremangó y se oyeron algunos silbidos de ánimo. Pamela guardó silencio, aunque ni ella misma pudo detener la ligera inclinación de su cabeza, los dedos que se cernían sobre sus labios ocultando la leve sonrisa al verlo de pie ante el martillo. No lo hacía para demostrar nada, sino por puro gusto y diversión, y se le notaba. Steve la miró brevemente justo antes de agarrar la empuñadura y a ella le dio un vuelco el corazón.
Steve se tomó un momento para arreglar su agarre y equilibrio antes de que, con un suspiro, tirara.
A Pamela se le cayó la sonrisa de la impresión al ver cómo se movían un poco las cartas de la mesa.
Su respiración se entrecortó silenciosamente, preguntándose si lo había imaginado, pero cuando miró y vio el ceño fruncido en el rostro de Thor, supo que no era así.
Contuvo la respiración, esperando a ver qué pasaría después. Observó el martillo como un halcón, su corazón dando vuelcos por la sorpresa y la emoción. Steve también sintió que el martillo se movía y ella lo vio dudar. Luego, Steve apretó los dientes y volvió a tirar, añadiendo un gruñido, y Pamela supo que lo había hecho a propósito.
Sus labios se fruncieron cuando él soltó la empuñadura y suspiró, riéndose y levantando las manos en señal de rendición. Ella no dijo nada mientras Thor también se reía entre dientes, aunque fue un poco forzado. Tomó un gran trago de su bebida una vez que Steve pasó.
El Capitán América volvió a sentarse, suspirando como si hubiera sido un gran esfuerzo. Miró a Pamela a su lado, quien casualmente bebía un sorbo de agua. Al darse cuenta del brillo expectante en sus ojos, ella se rió entre dientes y sacudió la cabeza.
Banner miró de Pamela a Romanoff y señaló con una mano.
—¿Viuda?
—Oh, no es algo que me plantee siquiera —Natasha soltó una risa ahogada y se reclinó en su silla.
Stark volvió a tomar su copa de vino y se puso de pie.
—Respeto al hombre que no pudo reinar, pero está amañado.
Thor cruzó una pierna sobre la otra, haciendo caso omiso de sus comentarios con una presunción que se ha ganado con creces.
—¡Por pelotas! —Barton se rió y golpeó ligeramente el hombro de Stark cuando pasó para tomar una nueva bebida.
Pamela no pudo evitarlo. De verdad que no. Jadeó suavemente y golpeó el brazo de Steve, con los ojos muy abiertos.
—¡Steve, cuidado! Ha dicho una palabrota.
Al oír su broma, el grupo entero estalló en carcajadas y Steve se desplomó con un largo y exasperado suspiro. Parecía como si en ese preciso momento, cuando incluso la Víbora Roja se enteró del desliz del Capitán América en el campo de batalla, Pamela hubiera sido acogida súbitamente en un mundo y equipo antes de que se diera cuenta, y aunque no lo sabía, ella lo sentía. Notó un soplo de alegría y paz; la capacidad de sonreír ante la reacción de Steve y soltarse sin preocuparse de nada de lo que pudiera ocultarse en los reflejos de cristal por encima de su hombro. Había una alfombra de bienvenida invisible que Pamela no había pisado, pero por la que había sido guiada sin preguntar ni darse cuenta.
—¿En serio? —Steve le dijo y ella sonrió, su corazón se iluminó con el aire tranquilo que daba hogar a las risas alegres y las bromas dentro de la sala. La mirada de él se fue hacia Stark—. ¿Se lo has contado a todos...?
—El mango tiene grabado como un código de seguridad —dijo Stark entre risas, volviéndose hacia Thor—. Aquel que tenga las huellas dactilares de Thor, creo que es la traducción literal.
—Sí, sí —asintió Thor, levantándose—. Es una teoría muy, muy interesante. Yo tengo una más sencilla —con una mano y un ligero giro, el Dios del Trueno recogió su poderoso martillo sin siquiera un solo sudor en su frente—. Vosotros no sois dignos.
Incluso Pamela soltó una carcajada, incrédula ante eso. Meneó la cabeza, riéndose entre el estallido de ojos en blanco y risas; ninguno de ellos creía en la metafísica de la dignidad cuando se trataba de levantar un martillo.
El fuerte y agudo zumbido golpeó los oídos de Pamela con tanta fuerza que el vaso de agua se le cayó de las manos al hacer una mueca de dolor. Se hizo añicos sobre la mesa de cristal, y el sonido atravesó el ático. No se movió para limpiar el líquido derramado que caía al suelo, sino que se sentó erguida y alerta. Su respiración se entrecortó cuando buscó el sonido y se dio cuenta de que los demás también lo habían oído, haciendo muecas y frotándose los oídos.
El ceño de Stark se frunció. Su sonrisa cayó y agarró su teléfono, comprobando qué podría haber ocurrido cuando una voz baja y ronca hizo eco desde el pasillo.
—Dignos... —reflexionó. Baja, vacilante, casi como si viniera de un altavoz que se desconectaba continuamente, resonó por toda la habitación.
Pamela se puso de pie en un instante y se giró. Sintió la sombra de Steve cuando él también se puso de pie cerca de ella. Entrecerró los ojos hacia el pasillo al sentir el arrastre de algo en las baldosas: una chispa, un ruido metálico. Un largo y escalofriante chirrido de metal.
De entre las sombras, surgió un retorcido amasijo de acero y alambres. Luchaba por caminar, arrastrando un pie de hierro por el suelo y cojeando con el otro. Se retorcía y convulsionaba y, con ello, chisporroteaban hilos rotos alrededor de sus articulaciones. Era uno de los Legionarios de Hierro de Stark, salvo que parecía... roto y destrozado, quemado y desgarrado sin remedio, como si se hubiera arrastrado directamente de su tumba en el laboratorio para convertirse en un zombie.
—No... —continuó la voz, como si hablara consigo misma. Pamela se dio cuenta de que la voz no provenía solo de los altavoces, ni del legionario en sí, sino de todas partes. Un cuerpo fantasmal entre las luces y la música—. ¿Cómo podríais ser digno? —el legionario se arrastró hacia ellos, con los ojos iluminados por la luz azul de la fuente de energía en el centro de su pecho—. Sois todos asesinos.
El Capitán América apretó los puños.
—Stark...
—J.A.R.V.I.S. —Stark tocó su teléfono y frunció al no recibir respuesta. Pronto, todos estuvieron de pie, observando al legionario pícaro que hablaba con respiración tensa—. J.A.R.V.I.S. —repitió en un susurro urgente.
—Lo siento —murmuró la voz, y el legionario se llevó un brazo a la cabeza, como si se sacudiera el sueño—, estaba dormido. O estaba soñando...
Los dedos de Pamela instintivamente fueron a agarrar donde habría guardado su arma y apretó los dientes al encontrarse solo con la tela de su vestido. Stark continuó frunciendo el ceño ante su teléfono, volviéndose un poco aprensivo al seguir sin una respuesta.
—Reinicia el OS Legionario. Tenemos un traje defectuoso...
—Había un ruido terrible —dijo el legionario, o la voz, porque eran ambas cosas a la vez—. Y yo estaba enredado en... hilos —el traje de metal tropezó un poco mientras intentaba darle sentido a dónde estaba—. He tenido que matar al otro. Era un buen tipo.
—¿Has matado a alguien? —la voz de Steve era baja y severa, exigiendo una respuesta de esta extraña voz robótica.
—No habría sido mi primera opción —respondió, y el sonido falló casi como si estuviera conteniendo un suspiro de diversión ante la pregunta de Steve—. Pero, en el mundo real, hay que tomar decisiones desagradables.
—¿Quién te envía? —Thor se había puesto delante de la Doctora Helen Cho, quien retrocedió arrastrando los pies, observando con ojos sorprendidos.
Los altavoces hicieron sonar y chirriar una grabación:
—Y yo veo una armadura alrededor del mundo.
La mirada de Pamela se posó en Stark al reconocer su voz. Él apretó la mandíbula y no encontró el ceño fruncido de nadie.
Banner pareció reconocer quién o qué era. Sus ojos se abrieron y palideció un poco.
—Ultrón.
—En carne y hueso —respondió el robot. Retrocedió—. O... no, aún no. Soy una crisálida. Pero estoy preparado —el agarre de Thor sobre su martillo se apretó. Hill cargó con cuidado su arma y se levantó, encontrando la mirada de Pamela. Ella asintió y su mano encontró el cuello de una botella de cerveza vacía, agarrándola con fuerza mientras se enderezaba—. Tengo una misión.
—¿Qué misión? —exigió la Viuda Negra.
El legionario se volvió hacia ellos.
—La paz en nuestro tiempo.
Y a ambos lados de él, las paredes explotaron. Soldados de la Legión de Hierro irrumpieron volando, con sus armas cargadas para atacar.
▃▃▃▃▃▃▃▃▃▃▃▃▃▃▃▃▃▃▃
STEVE PATEÓ la mesa en el aire y acercó a Pamela. El legionario se estrelló contra el cristal y ambos volaron por encima del sofá. Ella agachó la cabeza y él la abrazó, soportando la peor parte de la caída mientras chispas y cristales caían cerca. La Víbora Roja contuvo el aliento y miró hacia arriba, observando el traje de metal volar sobre su cabeza.
Se apartó de Steve con suma rapidez y escuchó disparos desde el centro de la habitación, donde Maria Hill se agachó para cubrirse.
—¿Estás bien?
—Sí, sí —él se puso de pie y la ayudó a ella—. Vamos, corre...
Pamela se quitó los tacones y corrió hacia las escaleras, separándose de Steve y deslizándose hacia abajo para cubrirse cuando escuchó algo explotar sobre su cabeza. Las estanterías cercanas se derrumbaron. Miró hacia arriba, con el corazón acelerado, intentando ver lo que sucedía y pensar en un plan. Contó tres legionarios, todos equipados con armas sobrealimentadas, protegidos con armaduras de metal plateado y que podían volar. Los tres no eran útiles para ella sin un arma, sin ninguna superfuerza o escudo.
(La única vez que usaba tacones y vestidos...)
Todos buscaban refugio. Romanoff tiró de Banner hacia la barra y se arrojaron al otro lado mientras las estanterías de licores se hacían añicos. Stark y Rhodes saltaron hacia el nivel de abajo. Cho corrió hacia el piano, Ojo de Halcón se agachó bajo la escalera del otro lado de la sala y Thor lanzó el primer ataque, golpeando su martillo con una fuerza despiadada que hizo volar por los aires al segundo legionario. Las paredes se agrietaron al golpear. Un cuadro se cayó de su soporte.
La Víbora Roja intentó pensar, respirando hondo. No podía usar la fuerza bruta, las balas, si encontraba un arma, eran inútiles, y una descarga dejaría algo más que una marca. ¿Fuego? No. Aunque consiguiera encontrar suficiente vodka o tequila para encender una llama, sería demasiado peligroso y estaba segura de que la armadura protegería los circuitos del fuego.
En el nivel inferior, tanto Stark como el Coronel Rhodes fueron enviados volando por separado a la vez que un legionario se lanzaba hacia abajo. Iron Man se estrelló contra el pie de una estantería, mientras que Máquina de Guerra no tuvo tanta suerte. Voló por el suelo y golpeó el cristal; se hizo añicos a su alrededor y aterrizó en la oficina de abajo.
—¡Rhodey! —gritó Hill.
Era un caos. Pamela echó un vistazo alrededor y se puso en cuclillas, sin saber qué hacer. Se oían disparos que rebotaban en la armadura, que era incluso lo bastante resistente como para soportar los múltiples impactos del poderoso martillo de Thor. Por el rabillo del ojo, vio a través del laboratorio de abajo y maldijo cuando un legionario se apoderó del Cetro de Loki sin ningún problema.
Levantó la mirada mientras intentaba desesperadamente idear un plan.
Sus ojos se posaron en un extintor de incendios al otro lado. Suspiró y sacudió la cabeza, pero no se le ocurrió nada mejor. Víbora Roja se puso de pie y miró por encima de la barandilla de la escalera. Contó hasta tres antes de adentrarse a la zona de guerra que una vez fue un ático.
Salió corriendo, sus pies descalzos golpeaban con fuerza las tablas pulidas del piso, y no notó si había escozor por los vidrios rotos. La Víbora comprobó el reflejo de la luz en el suelo y se agachó justo a tiempo, deslizándose por la madera, esquivando la explosión del legionario por un pelo.
Antes de que el traje pudiera seguirla, fue golpeado hacia un lado. Una figura pesada lo forcejeó en el aire, haciéndole perder el equilibrio mientras sus fuertes brazos le rodeaban el cuello con una llave estranguladora. El Capitán América abolló ligeramente el metal cuando golpeó al androide en la mandíbula.
La Víbora Roja llegó al otro extremo y apartó el extintor de la pared. Lo levantó y se dio la vuelta justo cuando Steve se chocaba, con fuerza, contra la pared. Él cayó de la espalda del legionario y ella actuó. Pamela se abalanzó hacia delante y levantó la boquilla. Apretó el gatillo y, aunque el contenido no lo cortocircuitó ni volvió quebradizo, la aleación de titanio y oro lo distrajo. El legionario voló enloquecido mientras toda su armadura era regada con una ráfaga de espeso dióxido de carbono blanco.
Con una sincronización perfecta, el martillo de Thor giró hacia el legionario con toda su fuerza. Steve agarró a Pamela y se lanzaron al suelo cuando una explosión salvaje e impactante cayó justo cuando Mjölnir dio en el blanco. Las piernas del traje se soltaron de su cuerpo.
—¿Por qué tenían que ser robots malvados? —refunfuñó Pamela mientras se sacudía el aturdimiento de su cabeza, agarrando la camisa de Steve mientras él la ayudaba a ponerse de pie—. ¿Y por qué tenía que pasar cuando estoy usando un puto vestido?
Ella jadeó cuando el androide se tambaleó y comenzó a arrastrarse hacia ellos. La Víbora Roja agarró el extintor del suelo y lo golpeó con fuerza en la cabeza del legionario. Se lo arrojó a Steve sin pensarlo y él siguió su ataque, golpeando la culata del extintor contra el cuello del androide, cortando los cables y el metal.
El Capitán América echó mano de una maceta cercana que milagrosamente había sobrevivido a la creciente destrucción. Lanzó una pistola hacia Pamela, que la cogió y le quitó el seguro. A un lado, oyó un potente estruendo y la imagen borrosa de Barton se lanzó a cubrirse, deslizándose por la parte metálica de la escalera.
La Víbora Roja miró brevemente al Capitán América antes de correr por el suelo para encontrar refugio, agachando la cabeza entre sus brazos mientras el vidrio se rompía sobre ella.
Apoyó la espalda contra la pared interior del pasillo, agarrando con fuerza la pistola. Pamela miró y apuntó, intentando ver dónde podía disparar. Un legionario seguía planeando sobre el nivel principal, sembrando el terror entre Romanoff y Banner, que se habían refugiado cerca de la escalera. Cuando levantó la mano para disparar una ráfaga cargada de fuego blanco, Pamela apretó el gatillo. Sus disparos no causaron ningún daño, pero desviaron la atención del androide hacia Romanoff. Disparó un par de veces más antes de agacharse, haciendo una mueca de dolor cuando los disparos del legionario arrancaron un gran trozo de la esquina tras la que se había escondido.
Sus ojos se lanzaron hacia el caos, levantando su arma sólo para fallar cuando vio a Tony Stark saltar de la barandilla en los niveles superiores. Sin su traje, Iron Man agarró al legionario volador alrededor de su cuello, jugueteando con algo largo, puntiagudo y metálico.
—¡Stark! —escuchó el tono urgente de Steve mientras Iron Man luchaba en el aire desde la espalda de uno de sus legionarios.
—¡Sí, sí, un segundo! —espetó Stark, forzando en la parte posterior del cuello del legionario para abrirlo.
Pamela se escondió una vez más. Parecía que había disparos de legionarios desde casi todas las direcciones. Observó, capaz de hacer muy poco, mientras Thor arrojaba un androide sin piernas sobre el parapeto interior. Aterrizó a unos pasos de donde se escondía Cho, temblando a la sombra del piano.
—¡Stark!
—¡Un segundo! ¡Un segundo! ¡Ya lo tengo! —Iron Man forcejeó, luchando por sostener el cuchillo de mantequilla hacia el pestillo abierto en la parte posterior del cuello del androide.
El Capitán América apretó los dientes y se rindió. Se empujó hacia adelante y corrió hacia el legionario que levantó la mano, manteniendo a la Doctora Cho a su merced. Ella jadeó y retrocedió arrastrando los pies, pero no tenía adónde correr.
Agarró los hombros del androide, llamando a Thor, y lo arrojó detrás de él.
El poderoso Thor cayó del piso de arriba y lanzó su martillo. El legionario se hizo añicos.
Mientras tanto, Stark seguía luchando con su legionario. Apuntó la punta del cuchillo a la base del cuello del androide y se lo clavó. El traje se sacudió y convulsionó.
—Hemos venido a ayudar —se debatía mientras se movía de un lado a otro, con movimientos cada vez más irregulares—. Hemos venido a ayudar —Stark retorció el cuchillo, mordiéndose el labio concentrado. Atascó la empuñadura y el dron se apagó.
Se desplomó en el suelo y Stark rodó. Frenó su caída e hizo una mueca de dolor, llevándose la mano al hombro con un gemido.
Sólo quedaba un legionario más y Pamela, Romanoff y Hill se quedaban sin balas. Era una defensa inútil, pero era lo único que tenían, disparar al androide que pretendía concentrarse en los tres puntos de fuego a la vez. No podía atacarlos a todos, así que intentaron dispersarlo lo suficiente como para mantenerlo distraído y ganar tiempo.
Hasta que por fin, Barton regresó a la sala principal, corriendo por los niveles superiores del pasillo. En sus manos sostenía algo grande, afilado y redondo.
—¡Eh, Capi! —se paró en el borde y arrojó el escudo al otro lado de la habitación.
El Capitán América corrió y saltó, cogiendo su escudo a mitad del tiro. Siguió el impulso y lo soltó, viendo como el escudo de vibranium cortaba al último androide por la mitad.
Pamela dejó escapar un largo suspiro, bajó su arma y salió con cuidado al espacio abierto. Observó a Ultrón burlarse del desorden que los rodeaba, tropezando con su traje de legionario roto.
—Buen intento. Lo siento, vuestras intenciones son buenas. Pero no lo habéis planeado bien. Queréis proteger el mundo, pero no queréis que cambie. ¿Cómo se va a salvar la humanidad si no se le permite evolucionar?
La mirada de Pamela se desplazó por la estancia, observando cómo Banner tragaba saliva con dureza. De repente parecía aún más pequeño, como si cada pizca del Hulk que llevaba dentro se hubiera marchitado y quisiera esconderse. Él y Stark compartieron un tenso intercambio.
—¿Con esto? —Ultrón se rió entre dientes, agarrando a uno de los legionarios destruidos—. Estas marionetas... —aplastó la cabeza como si nada y la arrojó a un lado—. Sólo hay un camino hacia la paz: la extinción de los Vengadores.
Thor ya había oído suficiente. Con un poderoso golpe, su martillo giró hacia Ultrón y partió al androide en su centro. Aterrizó hecho un montón en el suelo. El martillo volvió a su mano y respiró pesadamente, rojo de ira.
Pamela contuvo la respiración y observó cómo la luz del androide se apagaba lentamente. Mientras lo hacía, una voz resonó por todo el lugar, distorsionada y entrecortada. Cantaba:
—Tenía hilos, pero ahora soy libre. Nadie me maneja a mí...
Bạn đang đọc truyện trên: AzTruyen.Top